¿Quién es Kenji Orito Yokoi Díaz?
En Japón conoció a la colombiana Aleici Toro, se casó con ella y allá nació su primer hijo, Kenji David. Entonces, se ganaba la vida como guía turístico, profesor y traductor de español hasta que con su mamá, que les enseña a bailar cumbia a los japoneses como agregada cultural de la embajada de Colombia en ese país, decidió montar un negocio donde vendían plátanos y yuca, y donde alquilaba videos de 'Betty, la fea' y 'Pedro el escamoso'.
Esa pequeña Colombia, como él la denomina, también se convirtió en el refugio de mujeres de todo el mundo víctimas de trata de personas, a quienes ayudaba a retornar a sus países de origen. Por eso se ganó severas amenazas de las mafias de ese cruel negocio y hasta le reventaron la cara en dos oportunidades.
"Estaba muy bien económicamente en Japón", cuenta el joven de 31 años al evocar la situación que lo motivó a regresar al país, específicamente a Ciudad Bolívar, el lugar donde el japonesito pasaba vacaciones con sus abuelos, deslizándose en tablas por las canteras del barrio San Francisco con sus primos y amigos. "No veía la pobreza, sólo sentía la felicidad de vivir en Colombia, que no tenía en Japón", suspira. Entonces vio en las noticias cómo un angustiado desplazado por la violencia amenazaba, con una cuchara en el cuello, a una mujer. "Este hombre solo quería comida para sus hijos", recuerda.
Fue entonces cuando decidió volver sólo con el deseo de ayudar, sin saber cómo. Aterrizó en la Iglesia Presbiteriana Renovada, en el extremo sur de Bogotá, la misma confesión con la que se formó en Japón y donde un tío suyo era líder. Empezó a vincularse a actividades comunitarias y sirvió de pastor de esa iglesia (también se preparó para esto -aunque ya no oficia- y en esa labor aprendió a cautivar al público). Meses más tarde descubrió que la manera ideal de servirle a la gente no consiste en regalar comida, como se acostumbra en Ciudad Bolívar, sino en generar un cambio de mentalidad.
Dejar de generar pesar
"Al principio me preguntaban: ¿Qué nos va a dar extranjero?, y yo respondía: mentalidad. No me hacían caso y se iban para donde el que les daba mercados y ropa". Los ahorros que había traído de Japón se los robaron, según él, por confiado. Pero arraigado en su proyecto empezó a reclutar almas que se convencieron de que con la mano estirada y el rostro lastimero, a la espera de cualquier bocado, no van a salir de la miseria.
Fue así como nació su obra, que se niega a constituir en una fundación. "No quiero ser una de las tantas fundaciones que ya existen en Ciudad Bolívar". Su iniciativa fue acogida poco a poco, hasta consolidarse en un proyecto del que se benefician 500 personas.
Consiguió un edificio donde les da el almuerzo a 100 adultos mayores y a 50 niños, en convenio con Bienestar Familiar. Allí mismo ofrece capacitación sobre cómo generar proyectos productivos; a las mujeres las orienta para que no se dejen maltratar por sus esposos y a los hombres les enseña que para salir de la pobreza no tienen que "meterse a una pirámide o en un negocio torcido", que eso sólo lo lograrán con organización y honestidad.
"Las drogas y la violencia son dos grandes amenazas para nuestros niños y jóvenes", opina Kenji, al comentar que a ellos les dicta clases de japonés, artes y música, con el apoyo de amigos suyos. La educación es su motor y por eso quiere llegar al Sena, institución que admira porque es "la única esperanza de los jóvenes más pobres de Colombia".
Los cinco millones que cuesta la sede los reúne vendiendo alimentos a buen precio, dictando cursos de japonés a universitarios y a empresarios, y con las conferencias. Y ahora, con el boom generado por su video, espera que las cosas mejoren para él y para sus colaboradores.
"Un trabajador social debe vivir bien, no mal; eso da mal ejemplo", dice Kenji, al reconocer que el bienestar que da el dinero es vital. Por eso motiva a la gente a mejorar sus condiciones de vida, a que aspiren a arreglar sus viviendas, a vestirse mejor y a soñar con una moto o un carro nuevo.
En su caso, está pagando un Aveo modelo 2009 y el apartamento donde vive, en el barrio Tunal, al borde de donde se alzan las lomas de Ciudad Bolívar.
De niño nunca recibió un abrazo de su padre, porque en Japón nadie abraza a nadie. Menos mal, cuenta, recibió todo el cariño de su familia colombiana y de ahí su espíritu entusiasta. Y eso lo salvó de la depresión y tal vez de un suicidio (recuerda que al año 32 mil japoneses se quitan la vida).
Por eso, otro de sus proyectos consiste en traer japoneses para que se contagien de la alegría del colombiano y de la vida en comunidad.
"Cuando volví a Colombia y vi tanto problema, pude haber hecho lo que hacen muchos de los que regresan al país después de vivir en el exterior: devolverse porque sienten vergüenza de su patria", advierte. Pero no. Aunque sabe que podría vivir mucho mejor en Japón, donde están sus padres y hermanos, quiso hacer parte de la solución y ya empezó a recoger frutos maduros de su cosecha.
- ¿Cómo es eso de que los colombianos somos más inteligentes que los japoneses?
- Claro. El japonés no es inteligente, es disciplinado, ese es su secreto: la disciplina. El colombiano sí es inteligente: lo que no sabe se lo inventa, pero no es disciplinado.
- ¿Cuál es esa lección que no olvida?
- Una que me dio mi padre: la disciplina tarde o temprano vencerá a la inteligencia.
Excelente reseña!!! Felicitaciones.
ResponderEliminar